dilluns, 29 de juliol del 2013

Sociovergencia y corrupción


 
 



El Sistema catalán de salud  es una de las mejores creaciones de la democracia. Y puede autodestruirse no solo por los recortes y las progresivas privatizaciones; también por el pozo sin fondo, o si lo prefieren, los fondos de reptiles de la corrupción. Una corrupción que funciona por medio de dos círculos viciosos, nunca mejor dicho dicho. Uno, entre sector público y sector privado. El otro, entre convergentes (CiU) y socialistas (PSC). Una expresión muy visible de ello es cómo los cargos públicos pasan fácilmente al sector privado sobre el cual tenían responsabilidades, y al contrario, como es el caso del conseller actual. Y también, y es lo más curioso, es muy frecuente que si cambia el gobierno, algunos cargos nombrados por los socialistas son substituídos por convergentes, y viceversa, pero los cesados pasan a otro cargo público dentro del ámbito sanitario. Pasó tanto con los gobiernos convergentes como con el tripartito. El partido hegemónico siempre se reservó la consellería correspondiente.

La corrupción es un cáncer de la política. Genera descrédito y desconfianza de la ciudadanía en las instituciones, desmoraliza a los trabajadores de los servicios públicos, corrompe a los proveedores que deben convertirse en corruptores y facilita la entrada en el circuito a empresarios delincuentes, abre paso a los procesos de privatización, y a la larga, afecta al conjunto de los ciudadanos contribuyentes, forzados a optar entre pagar servicios básicos como la sanidad o la educación al sector privado o aceptar la progresiva degradación de unos servicios públicos que terminan siendo residuales. La corrupción sociovergente en la sanidad no solo es corrupción; es un atentado directo a la calidad de vida de los ciudadanos.

El escándalo más reciente se ha generado en la Sindicatura de Cuentas debido al veto de CiU, con el apoyo de  ERC y del PSC al ex síndico Agustí Colom. Los socialistas, por las relaciones peligrosas que mantienen con la derecha en el ámbito de la sanidad pública, han sido cómplices interesados en el veto. Pero añadieron una circunstancia agravante, la alevosía, la traición: aprovecharon la oportunidad para colar en el último momento a un candidato propio en detrimento del obligado y necesario pluralismo de los órganos de control. En la renovación parcial de la Sindicatura le correspondía por riguroso turno un puesto a Iniciativa-EUiA. Los socialistas ya tenían un síndico; ahora han podido colocar a otro, con afán de ocupar cuantos más cargos sea posible. Lo cual nos hace sospechar que prefieren  apoyarse en  oportunistas vinculados por los cargos, y no en militantes con convicciones, que los hay y son seguramente la mayoría.

Ciertamente Agustí Colom no debe ser cómodo. Uno le mira a la cara –o ve la foto—, y más que economista, que lo es, nos hace pensar en un fiscal puro y duro. Cuando agarra un expediente sospechoso, debe clavarle el diente hasta encontrar el fallo, las cuentas mal hechas, los gastos no justificados, los olvidos dudosos, las relaciones poco lícitas, los contratos viciados. Su expresión también nos hace pensar en un sindicalista con cara de mala leche cuando se entera de lo que ganan los miembros del consejo de administración y los dividendos que reciben los accionistas y lo compara con la situación de los compañeros despedidos y los precarios mal pagados. Es una persona de izquierda que cree que la política debe estar al servicio de la ciudadanía y que la democracia solo puede mantenerse si evita o corrige el mal uso que se hace de ella cuando desde los cargos públicos se favorecen intereses privados en detrimento de los públicos. Es una persona honrada, transparente, valiente y muy dedicada a su labor. Cuando fue síndico actuó en consecuencia. Destacó por sus numerosos informes y por buscar en zonas medianamente oscuras que la mayoría de sus colegas evitaban, como el caso de la Sanidad. Entre otros casos, intervino en la fiscalización de los gastos del Hospital Moisés Broggi, en la gestión de los Servicios de Emergencias Médicas (ambulancias), en la cesión de la Inspección veterinaria a los responsables de las mataderos, en la contratación de los servicios de catering a un ex alcalde y ex cargo público de la Generalitat y ex dirigente de CiU. La última actuación de Colom y la más mediática fue  el “Informe Crespo”, que  fue tapado por la Sindicatura y más tarde explotó, demostrándose palmariamente la existencia de una trama. Estos  casos y otros molestaron, especialmente a CiU. Pero también a los socialistas.

Agustí Colom pasó el correspondiente “hearing”, la audiencia que permite evaluar la idoneidad profesional del candidato. Pasó la prueba sin que hubiera ninguna oposición ni se manifestara la menor reticencia respecto de sus conocimientos técnicos. Ha habido, pues, un veto político, no argumentado y contrario al acuerdo parlamentario de rotaciones tendente a garantizar el pluralismo y la presencia de síndicos de confianza de los partidos opositores al gobierno. La actual sindicatura queda ahora marcada, resultare de todo ello lo que quiera, como proclive a dejar pasar o tapar aquellos casos que afecten al gobierno, a los partidos que lo apoyan y a los socialistas.

El comportamiento de los socialistas es propio de aquéllos que tienen algo que ocultar, que probablemente no es mucho en comparación con CiU o con el PP. Es una traición a la izquierda, es romper la natural alianza parlamentaria entre partidos opositores y es favorecer la idea de que casi todos o gran parte de los “políticos” están en las instituciones para “forrarse” como dijo el delincuente del PP, expresidente de la Comunitat Valenciana y ex ministro Zaplana. En un período crítico como el que vivimos el PSC no podía hacerlo peor. Aparece confabulado con el gobierno conservador, se hace cómplice de una operación destinada a silenciar la sindicatura, apuñala por la espalda a su potencial aliado para forjar una alternativa de izquierda, rompe el pacto que hace posible el pluralismo parlamentario y que evita que se bloqueen las instituciones y actúa de forma sórdida, mezquina, alevosa, y en resumen indecente, en un momento en que la dimensión moral se ha convertido en la clave para salvar y desarrollar la democracia.

Jordi Borja, amigo y colaborador habitual de SinPermiso, es profesor de urbanismo en la UOC